Nada volverá a ser igual después del COVID19. El virus descenderá su curva de afectación y la pandemia pasará a la historia como aquélla primera del siglo que lo cambió todo. Los especialistas señalan que para junio de este año, el riesgo de contagio habrá desaparecido. Pero así hayan sido 15 días o seis meses, la humanidad habrá tenido la oportunidad de reflexionar, pensar y preguntarse lo suficiente como para cambiar en lo individual, familiar y social.
Este parteaguas tan peculiar coincide con el año en el que empieza a nacer la generación Alfa, cuyo nombre alude a la primera de una nueva humanidad. ¿Casualidad? No, para el Universo nada es casualidad, dicen por ahí. Más allá de la intervención, manipulación o responsabilidad del hombre en este evento, se suscitan y seguirán suscitándose acontecimientos de equilibrio, adaptación y ajuste que nos irán acomodando en un mundo muy diferente al que hemos estado acostumbrados.
¿Qué sigue? En lo inmediato, sabemos que sigue atender como hasta ahora, las indicaciones de nuestras autoridades en función de la fase en la que nos encontremos como ciudad o país; seguidamente, afrontar el descalabro económico que la falta de consumo habrá generado, incluyendo los lamentables despidos o pérdidas de contratos; y por último, renovar nuevos estilos de vida, bajo nuevos hábitos, nuevas prácticas y nuevas realidades personales, pero sobretodo, bajo una nueva conciencia individual y comunitaria. En mayor o menor medida, todos entendemos lo que hay detrás de esta pandemia. Hoy es un virus mutado, mañana uno cibernético, y a saber después con qué nos enfrentaremos. Sin embargo, siempre hay algo bueno que acontece de manera paralela, y es en ello en lo que debemos enfocarnos.
Al interior de casa, las familias se están reencontrando; están teniendo que volver a entretenerse con juegos de mesa, creatividad y mucha tolerancia; las parejas están aprendiendo a convivir bajo el mismo techo las 24 horas del día; y quienes viven solos, están reencontrándose consigo mismos. Tras los días de encierro, habrán descubierto que no hay necesidad de gastar tanto dinero en la calle para divertirse, que la comida casera es mucho más saludable, y que la familia no es tan insoportable como parecía. Quienes lo hayan logrado, habrán pasado la prueba y seguramente escalado su nivel de conciencia y de amor para con otros.
En nuestra comunidad, los vecinos se están solidarizando; al menos a través de redes y chats grupales están compartiendo información, ideas, mensajes de apoyo, vídeos, etcétera. El teléfono está volviendo a usarse para llamar a los amigos y familiares, para saludarse, saber cómo se encuentran y acompañarse a distancia. La cara triste la proyectan nuestros parques semivacíos y los pequeños comercios que con tanto esfuerzo y entusiasmo empezaron su aventura hace unos meses. Sin embargo, la comunidad solidaria siempre responde al llamado de apoyo, y pasado el tiempo de confinamiento, sin duda les ayudaremos a compensar algo de lo perdido con nuevos consumos.
En la ciudad, funcionarios, ejecutivos y operadores diversos se las arreglan para hacer “home office”, escalando sus habilidades y conocimientos tecnológicos; a los micro, pequeños y medianos empresarios, la creatividad y la fe los ha retado; y a los grandes capitales, la necesidad y escasa demanda los ha movido hacia la solidaridad y la filantropía, aunque sea para que el consumo no caiga del todo.
La humanidad entera está siendo desafiada, y su plasticidad, genialidad y fortaleza de espíritu está pasando las pruebas. Sin duda, una nueva conciencia se cocina, y esa es la parte positiva a capitalizar y celebrar. No permitamos que pasada la contingencia, lo aprendido vuelva a escaparse de nuestras vidas.
Por un Zibatá de orden y respeto, mejoremos nuestro nivel de conciencia.
Artículo publicado en abril de 2020.
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