Quizá alguno de ustedes recuerde esta famosa frase de Estela Hernández, indígena queretana, cuya madre de nombre Jacinta Francisco Marcial, fue acusada en 2006 junto con otras dos mujeres -Alberta Alcántara y Teresa González-, por haber secuestrado supuestamente a seis elementos de la Agencia Federal de Investigación en el estado de Querétaro. Tras haber estado encarceladas injustamente por tres años, fueron liberadas, quedando obligada la PGR a reparar el daño material y moral, así como reconocer públicamente la inocencia de estas tres mujeres. En ese contexto, la frase surgió del conmovedor discurso que tanto Jacinta como su hija Estela dijeron públicamente, señalando que se mantendrían “en pie de lucha por su patria, por la vida, y por la humanidad, hasta que la dignidad se hiciese costumbre”. Este sentir mexicano, expresado desde la dolida garganta de una víctima, dio la vuelta al mundo hasta llegar a Chile, donde en 2019 se convirtió en la frase emblemática de las movilizaciones sociales que protestaron por las desigualdades de ese país.
Pero, ¿qué significa mantenerse en pie de lucha por la patria, la vida y la humanidad, hasta que la dignidad se haga costumbre? ¿Cuántos de nosotros haríamos nuestra esta frase como la hicieron miles de chilenos en 2019?
México vive momentos difíciles en los que las desigualdades construidas a lo largo de las décadas están cobrando factura. La semilla de la indolencia e indiferencia sembrada en los terrenos sociales más desfavorecidos, ha venido dando su fruto, uno muy amargo llamado “resentimiento”. Al comerse, éste provoca violencia, odio y el imparable deseo de venganza, y ningún rincón de México está exento de su impacto. Sin embargo, hemos creído que la contención del mismo es sólo responsabilidad de los gobiernos, de la policía o del ejército, cuando los ciudadanos podemos hacer mucho desde la conciencia y la organización comunitaria.
Miremos a nuestro alrededor y observemos todas las comunidades que rodean a Zibatá. A nuestras casas incluso, llegan personas provenientes de ellas todos los días, para servirnos y ayudarnos en las tareas domésticas. Las tierras donde hoy se erigen nuestros hogares pertenecieron a sus antepasados, eran sus tierras de cultivo, las tierras donde adoraban a sus dioses y donde enterraban a sus muertos; además, la biodiversidad de estas tierras también forma parte intrínseca de sus culturas. De alguna manera, hemos invadido su espacio vital involuntariamente, tal como lo hemos hecho con relación a la fauna endémica. Hacer conciencia de ello debe movernos primeramente a la empatía, y después a la solidaridad. Mirarlos, incluirlos y sentir con ellos es el primer paso del proceso que implica combatir el “resentimiento”, porque hacerlo es devolverles su dignidad, y justo ello es hacer nuestra, la frase de Estela Hernández.
¿Por dónde empezar? Por lo pronto, ¿qué tal saludarles al cruzarnos con ellos por la calle? Con un simple saludo a sus personas expresamos respeto a su dignidad humana. Con un sencillo acto como éste, empecemos a practicar el respeto a la dignidad, hasta que ésta se haga costumbre en nuestra comunidad; poco a poco iremos siendo creativos y generando ideas que nos permitan un acercamiento constructivo con dichas comunidades. Hacerlo no acabará con la inseguridad del todo, pero sin duda, la disminuirá significativamente con el tiempo.
Por un Zibatá de orden y respeto, mejoremos nuestro nivel de conciencia.
Artículo publicado en julio de 2022.
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